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31 de diciembre de 2008

La Navidad de un perrito abandonado.


Era el primer domingo de diciembre, y yo me pregunté si era verdad lo que estaba viendo:
un automóvil se detuvo, se entreabrió una puerta trasera y alguien hizo bajar a un perrito muy inquieto. “¡Bajate, Pulquete!”, ordenó una voz desde el interior. El pobre animalito
quedó desconcertado cuando el automóvil se alejó a toda velocidad. Me partió el
corazón verlo correr desesperado detrás del vehículo. Pulquete tendría unos seis o siete meses; menudito, de patas largas y pelo corto color de canela, exhibía una oreja negra de llamativo contraste. No volví a verlo hasta mucho después, pero imagino que esa noche, agotado y tembloroso, durmió acurrucado en el primer agujero que encontró. Por la mañana comenzó a buscar a sus dueños. Ese día no comió y apenas bebió un poco de agua estancada. Los días y las noches se le hacen interminables. A las dos semanas está flaco y decaído, aunque se lo puede reconocer fácilmente por su orejita negra. Como es muy joven comienza a olvidar a quienes lo arrojaron a la calle. Tal vez recuerda vagamente un patio soleado donde retozaba despreocupado. No sabe qué le pasa, pero tiene hambre y mucho miedo porque otros perros callejeros lo corren, la gente lo echa de las veredas y cuando cruza las calles, unos artefactos rugientes se le vienen encima.Pero a pesar de todo, Pulquete siente una irresistible atracción por las personas.
Cuando descubre que alguien lo mira compasivo, se le acerca tímidamente con la cabeza gacha y ojos que imploran una caricia. Pero, invariablemente, esa persona que se detuvo misericordiosa endurece la mirada y sigue su camino, no vaya a ser que el pobre animal se le adose y la siga.Diez días después de presenciar aquel acto incalificable, nuestro perro Budy, un maravilloso lanudo grandote y bonachón, de cuatro años de edad, se nos escapa, asustado por los cohetes, y se pierde. Lo buscamos días enteros por el barrio y por las calles de la ciudad, pero nuestro querido Budy no apareció.Tomás, nuestro hijo de ocho años, estaba desconsolado; nunca lo habíamos visto tan afligido. Se acercaba la Navidad y todo hacía presagiar que la íbamos a pasar con mucha tristeza. Budy se había alejado mucho de su casa. Cuando se le pasó el susto intentó regresar, pero caminó en sentido contrario y terminó en un mundo desconocido y ruidoso: el centro de la ciudad. Durante días y noches corrió desesperadamente buscando a su familia, hasta que el desaliento y el cansancio detuvieron su atolondrada carrera. Su mirada vivaz se apagó y su abundante pelaje pronto fue una maraña sucia y enredada.Un día que llovía copiosamente el pobre Budy trotaba pegado a la pared buscando algún sitio donde guarecerse cuando se topó con un cachorro flaco, asustado y empapado que se detuvo y lo miró con curiosidad. El debilucho Pulquete, al que ya se le contaban las costillas, y Budy, corpulento y greñudo, se quedaron estáticos bajo el aguacero observándose con expectación. Pulquete, con sus orejitas paradas, movió tímidamente la cola y Budy se le acercó para olerlo. Enseguida se hicieron amigos y ya no se separaron en su vagabundeo. El pequeño seguía al grande a todas partes, buscaban comida juntos y en las noches frescas se daban calor pegaditos uno con otro. Budy seguía con su idea fija de localizar su casa, obsesión que sólo olvidaba temporalmente cuando se divertía con Pulquete en el novedoso juego de perseguir automóviles y motocicletasLlegó el 24 de diciembre. Hacía ya catorce días que se había perdido nuestro perro, y desde entonces Tomás casi no hablaba ni se interesaba por nada. Mi esposa y yo, preocupados por tan prolongada apatía, decidimos llevarlo a la Misa del gallo que se celebraba a las diez de la noche en la Catedral. No sé cómo se nos ocurrió la idea, pero esa misma noche, al terminar la ceremonia, cuando todavía vibraban en nuestros corazones los conmovedores acordes del Gloria in excelsis y los ángeles aún aleteaban sobre nuestras cabezas, comprobamos que aquella decisión no había sido casual. Al salir de la iglesia fuimos rápidamente hasta nuestro auto para llegar cuanto antes a casa, donde nos esperaban los abuelos de Tomás para la cena de Nochebuena. Iba a poner el motor en marcha cuando Tomás sale de su mutismo y me dice:
Mirá, papá, ese pobre perrito, ¡qué flaco está!Me fijo donde me señalaba mi hijo y reconozco al cachorro por su inconfundible mancha negra. Pero si es Pulquete, el cachorro que tiraron a la calle desde un auto. ¿Te acordás
que te lo conté? Fue antes de que se perdiera Budy. Qué desmejorado está, pobrecito.
Mirá como nos mira, papi, como si quisiera venir con nosotros...No, Tomás...,
no podemos...Quiero acariciarlo papá, por favor... ¡Vení, perrito...!Yo sabía que si Tomás acariciaba a ese cachorro tendríamos que llevarlo a nuestra casa. ¿Pero cómo negarle ese gesto de ternura después de lo que había sufrido? Nos miramos resignadamente con mi esposa y asentimos en silencio.Tomás bajó del auto y acarició efusivamente al cachorro. Había que verlo a Pulquete, estaba loco de alegría, movía la cola, le lamía las manos y la cara, saltaba feliz, se tiraba panza arriba. Papá, está hambriento, tenemos que darle de comer.Está bien, subilo al auto que lo llevamos a casa. Tomás, entusiasmado y feliz como no lo habíamos visto en semanas, trató de inducir al cachorro a que subiera. Pero para nuestra sorpresa, Pulquete no avanzó. Se quedó parado expectante. Tomás insistió en llamarlo pero el perrito, lejos de subir al auto amagó con alejarse. Se puso a ladrarnos como si quisiera decirnos algo. Se alejaba de nosotros, se detenía y nos ladraba. Su comportamiento era muy extraño. Tomás intentó agarrarlo pero apenas se le acercó, el cachorro corrió para volver a detenerse y a ladrarnos varios metros adelante. Tomás quería ir tras él, pero se nos hacía tarde y no podíamos perder tiempo en los caprichos de un perro desconocido. Dejalo, Tomás, es muy tarde, vamos a casa.¡Papá, por favor...! Subí, vamos a casa, está claro que no quiere venir con nosotros. Puse el motor en marcha y Tomás se largó a llorar. Pulquete había vuelto a correr y ya había doblado la esquina. Lo que sucedió a continuación todavía hoy nos emociona y no lo vamos a olvidar en nuestras vidas. El motor del auto se detuvo inexplicablemente y no hubo forma de hacerlo arrancar. “¿Qué pasó?, me dije inquieto, ¿Se habrá ahogado? Sí, seguro...; bueno, paciencia, tendremos que esperar un poco”. Tomás lloraba en el asiento trasero y adiviné que mi esposa, con la cara vuelta hacia la ventanilla, también dejaba correr algunas lágrimas silenciosas. En eso oímos unos ladridos familiares. ¡Papá, papá! gritó Tomás
¡Mirá! ¿Ese no es Budy? ¡Por el amor de Dios, sí, es Budy, es Budy! exclamó mi esposa¡Era Budy ! Había reconocido el automóvil y venía corriendo desde la esquina a toda velocidad.
Y detrás de él, ladrando entusiasmado, venía Pulquete, el cachorro abandonado que no quiso abandonar a su amigo y por eso había tratado de hacernos entender que debíamos esperarlo hasta que él lo fuera a buscar. Y adivinen qué pasó cuando los dos perros estaban ya dentro de nuestro automóvil y todos llorábamos y reíamos de alegría: el motor arrancó apenas giré
la llave. Fue como si algún ángel de Navidad, un ángel tal vez de los animales, ¿por qué no?, hubiera dicho con una dulce sonrisa: “Bueno, ahora sí se pueden ir todos a casa a celebrar
la Nochebuena" Desconozco su autor




Cuidemos los mares.


La mitad del oxígeno que respiramos proviene de los océanos. Sin ellos sería imposible entender la vida en la Tierra. Cubren el 71% de la superficie del planeta y sus aguas suponen el 95% de todo el espacio disponible para la vida. Pero sobre estos ecosistemas penden una gran cantidad de amenazas: pesca destructiva, pesca pirata, cambio climático y contaminación.


Greenpeace, con motivo del Día Mundial de los Océanos advierte que estamos degradando la vida en los océanos hasta el punto de que especies y ecosistemas están al borde del colapso.
Amigos, desde hace siglos estan pasando cosas terribles en nuestro planeta,movidas por intereses, poder, dinero,y tambien por la indiferencia. Es hora de cambiar la historia, de pensar en quienes heredaran esta tierra, nuestra maravilla azul.

Imagino un gran paraíso, imagino un mundo de amor, de union y fraternidad donde animales y seres humanos vivamos en completa union y cuidemos de este bello planeta llamado tierra, si se puede, si todos ponemos nuestro granito de arena, no contaminando el aire, ni nuestras aguas, tanto de rios, como lagunas y mares .


¿¿¿ ESTARE TAN LOCO COMO PARA SEGUIR SOÑANDO,CON UN MUNDO MEJOR PARA TODOS,TANTO HUMANOS COMO ANIMALES ???

20 de diciembre de 2008

La ley de la selva.

La mamá leona retozaba holgazanamente con sus cachorros en el interior de la cueva en que habitaban, por que estaban saliendo recién del destete materno; en poco tiempo más, ellos se independizarían de la tutela de su madre para empezar la lucha por la sobrevivencia, “La ley de la selva”, donde naturalmente sobrevivirá él más fuerte y el más capaz. Su nuevo “hábitat” será sin duda, la verde espesura. Hasta entonces jamás hombre alguno había hollado con su pié esas tierras vírgenes, ni siquiera se había asomado al tupido bosque de la enmarañada jungla; en realidad estos lugares eran del completo dominio de los animales. Allí estaban los leoncitos jugando confiados alrededor de mamá, acariciando su piel o refregando contra ella, sus débiles cuerpecitos. Un rayo de sol entraba en el refugio, lo que hacia más tierno y tibio este recíproco acercamiento. De repente la leona, parando su corta oreja, escucha atenta, se levanta, extiende su cuerpo y tensa los músculos como a la defensiva. Se oye un ruido suave de pasos silenciosos y arrastrados, tal como si alguien con malas intenciones se acercara. Un potente rugido estremece la caverna y un tigre de gran tamaño aparece en la entrada, su pelaje es amarillo anaranjado, rayado de negro en lomo y cola, con andar felino, mira siniestro, con las garras listas para el ataque y sus aguzados colmillos a la vista. Se acerca el tigre a los cachorros con la clara intención de apropiárselos, la leona salta ágil y lanza al intruso un fuerte zarpazo, la bestia responde con dientes y uñas, no quiere perder la apetitosa presa pero se defiende con increíble valentía. Ambas fieras se confunden en una lucha a muerte, mamá leona sangra abundantemente y va perdiendo fuerzas poco a poco. Pero aún con las carnes desgarradas, sigue peleando para defender a sus cachorros. Los animalitos asustados se han replegado a un rincón, temiendo por la suerte de su progenitora. Toda la alegría de momentos anteriores se ha visto truncada por el miedo. Su pequeño tamaño les impide defender a su madre, pero alcanzan a darse cuenta de que están en peligro e instintivamente aúllan enojados al agresor. La leona tal vez porque presiente su fin o por que se le acaban sus energías lanza un grito al aire, un gemido muy largo, desesperado y lastimero como una llamada de auxilio. El lamento de la leona se extiende por el interior de la selva y repercute como el eco, hasta llegar a oídos del león que reconoce instantáneamente el pedido angustioso de su hembra. No duda, no titubea, sale disparado sin detenerse ante nada ni nadie, ni tampoco contesta al lenguaje interrogante de los otros animales.
El elefante extrañado eleva su trompa al cielo, preguntando que pasa. La jirafa con su cuello largo y aspecto despistado, el más alto de los cuadrúpedos, parece que oteara la atmósfera para descubrir la causa de tanto alboroto. Los pájaros exóticos, de hermosos colores, loros y papagayos vuelan en estampida y los animales menores, conejos, liebres y coipos se esconden en su madriguera. - ¿Hacia donde va el león? - Llega por fin a la gruta donde se refugia su compañera y sus crías, cuando la leona parece estar en los últimos estertores.Se lanza sobre el ladrón de su prole, con fiereza tal, que no repara en el cansancio de la carrera y su cuerpo amarillo rojizo y su voluminosa cabeza se mueven con extraordinaria agilidad y no ceja en su intento hasta ver caer al suelo muerto a su rival. Observa a su alrededor y descubre a mamá leona jadeando pero todavía con vida y a los cachorritos lamiéndole las heridas para aliviarla. Se siente entonces poderoso y seguro de sí mismo, realizado como macho protector de su familia. Le invade una sensación de triunfo al mirar nuevamente a su adversario sin vida a sus pies.
Avanza hasta la entrada de la cueva, fija su mirada hacia la lejanía y consciente de su poder, con un rugido ensordecedor lanza un grito de guerra, “yo soy el rey de la selva”, mensaje que nunca ha sido olvidado hasta la fecha, ya que ningún animal ha osado jamás volver a atacar a algún león ni a su camada.






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